Identidades étnico-raciales y la modernidad
La Historia no es sólo una descripción de tiempos y épocas cambiantes. Tiene una "cronopolítica": es decir, la forma en que la temporalidad (el paso del tiempo y el tiempo mismo) se representa en textos e imágenes conlleva significados políticos con juicios de valor sobre lo que es bueno y malo, quién es digno y quién indigno, y quién merece ejercer el poder.
La idea de progreso es la clave de la temporalidad que subyace en muchos de los cómics e imágenes de la exposición, especialmente los publicados antes de la década de 1990. A partir del siglo XVIII, en Europa era común pensar en la historia humana en términos de una serie de progresiones, desde un estado primitivo de caza y recolección, pasando por un periodo de pastoreo de animales y una época posterior de agricultura sedentaria, hasta una sociedad urbana y, en última instancia, una "modernidad" industrializada, que representaba el pináculo de la "civilización". Desde entonces y hasta el siglo XX se pensó que la evolución temporal de lo primitivo a lo moderno se relacionaba directamente con las "razas", siendo los europeos blancos los portadores de la civilización y la modernidad, mientras que otras "razas", definidas como inferiores, eran más "primitivas" e incluso incapaces de llegar a ser "modernas". La modernidad, por tanto, no era sólo lo "actual", sino todo un conjunto de características sociales, comportamientos y valores asociados a la blancura y a la cultura europea.

Identidades étnico-raciales y el "progreso" en América Latina
En América Latina, las élites que construyeron las nuevas naciones después de la Independencia estaban empeñadas en el "progreso", es decir, en volverse "modernas" y "civilizadas". Consideraban a las poblaciones indígenas y negras atrasadas y bárbaras, obstáculos para el progreso porque "pertenecían al pasado". Las poblaciones mestizas podrían eventualmente progresar si se volvían "más blancas", ya fuera mediante la inyección de "sangre" europea traída por inmigrantes de Europa (preferiblemente del norte de Europa, considerada la región más "avanzada") o mediante la adquisición de hábitos europeos (de trabajo, disciplina, vida familiar, etc.), que también se les podrían imponer, por ejemplo, desplazándolas por la fuerza de las localidades rurales "atrasadas".
Durante el siglo XX, en su búsqueda de identidades nacionales únicas y auténticas, las élites a menudo glorificaban el pasado indígena de sus naciones -especialmente si podían destacar sociedades antiguas consideradas de alguna manera "civilizadas", como los incas o los aztecas-, pero esta perspectiva, conocida como indigenismo, vinculaba irrevocablemente a los indígenas con el pasado. Se consideraba que los pueblos indígenas actuales necesitaban protección, pero sólo para guiarlos hacia la asimilación en la sociedad "moderna", lo que significaba convertirse en mestizos. Por el contrario, las élites rara vez glorificaban la herencia africana de sus naciones porque África se consideraba muy "primitiva". Sin embargo, por esta misma razón, la música y otras formas culturales derivadas de África podían considerarse atractivas e incorporarse a un canon cultural popular definido como nacional, por ejemplo, en Brasil, Cuba y Colombia.
En general, se consideraba que los pueblos indígenas y afrodescendientes estaban ligados al pasado y, en algunos casos, como en Argentina, incluso se los consideraba (erróneamente) al borde de la extinción, física y culturalmente. No obstante, los pueblos indígenas y negros llevan mucho tiempo reivindicando su lugar como parte legítima de las naciones actuales. Las reformas políticas a partir de los años 90 generaron un multiculturalismo oficial que les concedió una apariencia de tal lugar. Sin embargo, las ideas sobre el tiempo y el progreso están profundamente arraigadas y son difíciles de cambiar.